[Prólogo] Hogar dulce-¿pretendientas? ¡Madre!

Spoiler:

Corría una mañana esplendorosa por aquellos entonces, las calles de Loguetown estaban llenas de bullicio, las gentes se reunía para ir a bares, tavernas, tiendas, y demás lugares en los que pudieran hablar de sus cosas. El sol brillaba como si estuviera a punto de estallar, sólo se divisaban algunas nubecillas típicas del buen tiempo. El puerto estaba calmado, no había ningún problema, los marines patrullaban de vez en cuando pero nada más.
Rafael salió de su casa ya que su madre le había encargado que comprara unas cuantas verduras en el mercado. Aquella casa parecía una gran villa, podríamos pensar que es debido a que su difunto padre, al ser corsario, trajo bastante dinero a la familia. Tenía un patio interior, sus habitaciones estaban dispuestas en corro a ese patio.

Spoiler:

Su hermana que estaba asomada a la baranda del piso de arriba se despedía de él efusivamente y Rafa no tardaba en mover la mano en señal de despedida, sonriendo claro está. Comenzó su camino hacia el mercado, iba encontrándose con mucha gente conocida, que sin duda también se merecían esa maravillosa sonrisa. Estaban allí la mayoría de sus conocidos, el carnicero, que aún tenía el delantal sangriento, la florista, que sin duda estaba tan feliz como siempre...

Spoiler:

Llegó al mercado y todos los olores se hicieron perceptibles, el gentío pedía sus demandas mientras que algunos tenderos pregonaban sus existencias. Prosiguió hasta el verdulero que sin duda lo saludó con amplia felicidad-"¡Mira, pero si es Rafa! Dime niño, ¿qué quieres hoy?"- Sus palabras fueron melódicas hasta para pedir dos pares de cebollas y un cuarto de kilo de pimientos verdes del padrón. Sin duda aquella voz no podía haber pasado desapercibida, mas él esperaba que sí. A Rafael no le gustaba que algunas personas, mayormente muchachas, se le acercaran sólo por el hecho de su atractivo o por su dinero. Pagó con el dinero que su madre le había dado y se marchó tal como había venido, dirección a su casa.
Cuando llegó vio que en el patio central se encontraba su madre hablando con algunas muchachas, entró en la cocina para dejar las verduras y el cambio, y se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados mirando a su madre.

Spoiler:

Rafa, que observaba a su madre con profunda decepción, respiró hondamente y notó como el frescor de una mañana esplendorosa penetraba en su interior, decidió aproximarse a los cántaros que rezumaban agua en el centro del patio para refrescarse la cara. Como no, aquellas señoritas que tan gentilmente hablaban con su madre, comenzaron a cuchichear con ella, las risitas hacían ver a Rafael de qué tema podían estar hablando.
De pronto, la madera de la puerta sonó, alguien llamaba.
-Iré a ver quién es, no se preocupe madre.
Un joven que cargaba con varios instrumentos y que poseía una indumentaria poco común apareció tras la gran puerta de madera de roble, su cara estaba algo pálida y parecía muy hambriento, estaba algo escuálido. Parecía necesitar algo de ayuda, quizás Rafa podría darsela.
-Hola, ¿se encuentra bien? No tiene muy buen aspecto, pasad, pasad, déjeme ayudar en lo que pueda. Estábamos apunto de hacer la comida, pero por desgracia, creo que sobra un plato. ¿Nos acompañaría en esta comida bajo el techo de esta humilde morada?
Sonrió como de costumbre, estaba claro que aquello era una invitación en toda regla. Esa sonrisa, sincera, sin ánimo de lucro, pura, era lo que más júbilo podría recrear en alguien. Rafael alargó su mano para estrecharla con el invitado y pronto, le ayudó con el peso. Siempre sonriendo le dijo que esperara mientras volvía, iba a colocar sus cosas en un lugar seguro.

El joven lo miró y encantado dijo su nombre al completo, mas una cosa estaba clara, quería que lo tratase con normalidad.
-Yo soy Rafael Hernández de la Fuente, pero llamadme Rafa asecas.
Sin más dilación lo invitó a una especie de platos, que él mismo había preparado, eran una especie de muestras, poca cantidad pero de muchas cosas. Su color, olor y apariencia era espléndida. La especialidad de Rafa no era la cocina, pero se desenvolvía muy bien con cosas simples. Le pasó unos cuantos platos con dichas "muestras" y le pidió que tomara asiento en la cocina, mientras él terminaba de cocinar el almuerzo.
-Mi familia llama a esos platos, "tapas", porque sirven para tapar algo el apetito.
Se giró hacia él y se rio melódicamente, parecía una persona de lo más encantadora. Dispuesto a conocer al muchacho, le preguntó su nombre y de dónde procedía. Esperando una respuesta mientras pelaba ese cuarto de kilo de pimientos.

Rafa, que sonreía mientras le contaba de donde provenía el jovencito, sus oídos se deleitaban con aquella melodiosa voz que salía de la boca de aquel pilar de hielo que era Claude. Sin duda descubrió que era músico antes de que dijera que intentaba sembrar la música en la tierra. Su cara sonrió aún más, sus ojos se cerraron, y habiendo terminado de cortar el pimiento, lo echó en la olla, listo para mezclarlo con unos pocos de ajos y cebollas que ya había troceado.

-Así que músico...¡Qué bien! A mí también se me puede considerar músico, de hecho-

No terminó de hablar cuando salió por la puerta de la cocina y, tras unos segundos, volvió a aparecer con una guitarra española, muy bien tallada y con el mástil a la perfección. Estaba afinada y lista, siempre le gustaba que todo estuviera a punto.

-Aquí tengo mi guitarra, es un instrumento simple, pero a mí personalmente me encanta. Si quieres, Claude, puedes tocarlo en cuanto termines con las tapas. Yo acabaré te picar estos cuatro tomates y de mientras, te escucho, así no nos aburrimos, ¿te parece?

Le ofreció la guitarra sin más dilación.

Levanto las cejas con incredulidad cuando me dice que es músico. Lo cierto era que en mi camino todavía no había visto a ningún músico: muchos sinvergüenzas, espadachines, terratenientes, mercaderes... pero ningún músico, esta era la primera vez que me cruzaba con otro de mi estirpe en mi camino, y era grato estar con alguien que sabe entonar un canto y acariciar las cuerdas de una guitarra como la que me ofrece para tocar para arrancar de ella sonidos bellos y no simples llantos musicales, amagos de hermosura, desastres sonoros.
- Bonita guitarra... - musito admirando cada uno de los detalles de la guitarra, el mastil perfecto y tallados en ella dibujos hermosos que para quien los viera serían el fondo o los protagonistas de la historia que canta la música que engendra. Cuando me dice que toque le miro y murmuro, con humildad - Oh, no sé si valgo para este hermoso instrumento, quizás se rompa si oso tocarlo... - pero mis dedos se deslizan suavemente hasta las cuerdas de la guitarra, y las palpan con el cariño que una madre da a su hijo, con el cariño con el que un enamorado toca a su amor, y mis dedos las recorren como si estuvieran impregnándose de un aceite especial que necesitan para vivir, como si fueran las cuerdas la que hicieran mover la sangre por el cuerpo y no el corazón. Y, finalmente, prácticamente en trance, me dejo llevar y toco una pieza que aprendí hace tiempo, de chico, cuando jamás imaginaba guitarras así.
https://www.youtube.com/watch?v=50huUs4jXbQ&feature=related

Dejó claramente sus oídos puestos en aquella voz, mientras se escusaba de algo que no era capaz de hacer, romper un instrumento. Aquel muchacho tenía pinta de no haber roto una cuerda en su vida. Así que Rafa negó con la cabeza e insistió en que tocara el instrumento. Sabía tan bien como él, lo placentero que es sentir las vibraciones de las cuerdas en sus dedos, subiendo hasta su brazo y terminando en la punta de los pies. Pues, comenzó a trocear los tomates.
Una música espectacular salía de aquel instrumento, una música que superaba todas las que él había escuchado, era profunda, fuerte, transmitía millares de sentimientos. Decidió observar por un momento al personajillo que allí estaba tocando una maravillosa melodía y, con una amplia sonrisa en la cara, se sintió halagado de tan esplendorosa música.
Sin prestar atención a lo que tenía entre manos, se cortó con el último tomate, no era nada, un rasguñillo de nada. Echó los tomates en la olla. Se lavó la herida, y encendió el fuego, tras añadir un poco de aceite a aquella olla. No quiso interrumpir al músico durante su obra, entonces no abrió la boca.

No soy músico, soy escapista, y la música mi cómplice. Me libero de las cadenas terrenales y me salen alas, sobrevuelo las ciudades y las montañas con los dedos deslizándose por las cuerdas de la guitarra. El aire se llenaba de música pringosa que atrapaba todo, pero yo ya no estaba allí, no estaba en ninguna parte, solo se veía música, solo se olía música, solo se saboreaba música, solo se palpaba música, solo se escuchaba música. Una a una, las notas se entrelazan entre mis dedos, sonriendo al cimbrear de las cuerdas y muriendo al acabar la pieza, tras lo cual miro a Rafael con una sonrisa y reparo, como si no hubiera estado tocando o esto hubiera sido vanal, que se ha cortado.
- ¿Estás bien? - tenía todavía los dedos en las cuerdas, aprovechando la electricidad residual que había quedado en ellas, como absorbiendo toda la música que contienen, era musicómano.

Al ver que Rafael no se mueve, se queda quieto como una estatua, enarco una ceja y me marcho de allí con paso tranquilo, dejándole la guitarra y con el estómago lleno.