[Pasado] Las Crónicas del Príncipe: Noche de festival

El peliazul estaba nuevamente metido en una de sus interesantes aventuras, las cuales tenían drama de por medio. Era imposible para Arsenio pasar desapercibido en todo lugar que pisaba. Tenía una desmesurada hambre de fama, la cual sólo era saciada con las ovaciones de las personas que lo admiraban cuando hacía alguna de sus actuaciones. Había llegada a una pequeña villa, la cual lo recibió con los brazos abiertos. Y el chico no apareció en un día como cualquier otro, ese día los aldeanos estaban celebrando un festival. Se ofreció para formar parte del entretenimiento de esa adorable velada, acompañando la hora de la comida con su dulce voz.

Todo parecía ir muy bien, o al menos más de lo normal. Era más raro que un gato verde que el muchacho no causara controversia. La noche era joven, así que todavía había una gran posibilidad de que algo asesinara el buen ambiente que se sentía en los alrededores.

Vestía un kimono igual al que portaban los habitantes, con la única diferencia de que el suyo contaba con algunos detalles en azul. El rojo no le favorecía demasiado, por lo que prefirió agregar toques azules al atuendo para que le hiciera justicia. Había una tarima estratégicamente colocada para que todos pudieran verlo, algo que fue planeado por el músico para que nadie se perdiera de su tan excelsa presentación. Él era la “sorpresa” de la noche por decirlo de una manera, ya que nadie esperaba una actuación en vivo. Sí, había tenido que mentir un poco sobre su identidad. Ese día no era el Príncipe Arsenio, era “Arsen Musique”, un famoso cantante, "conocido en todo el mundo menos en esa isla". Claro que las personas dudaron, pero cuando escucharon su prodigiosa voz las sospechas que tenían hacia el joven desaparecieron como por arte de magia.

Arsenio subió al escenario, siendo iluminado por unos reflectores que se ubicaban a los lados. –Hola, bienvenidos a esta hermosa noche de festival. - Pronunció calmado cerca de un micrófono.- Soy Arsen Musique, cantante profesional y afamada celebridad. ¡He venido a su isla para alegrarles la vida con mi presencia! Les voy a cantar. ¡Mi voz alegra los corazones y según los médicos es bueno escucharla durante las comidas!- Las personas parecían estar hechizadas por la melódica voz y la apariencia elegante del chico, además de que contaba con un carisma envolvente.

Le encantaba estar allí arriba, siendo observado por todos. Era el centro de atención. Sólo estaba concentrado en deslumbrar con su canto. En ningún momento se detuvo a pensar que podría haber un conocido entre esas personas. La noche era vibrante y fresca gracias a la inesperada aparición del chico de azul, definitivamente. El espectáculo estaba por comenzar.

Se estaba preparando para comenzar con el espectáculo que había ofrecido dar cuando notó que había un pequeño intruso en su escenario. Un pato. Naturalmente y como era de esperarse, el joven de cabello azul se enojó demasiado al ver que alguien le estaba robando las miradas. Tuvo unas ganas incontenibles de darle una patada para sacarlo de la tarima, sin embargo había personas mirándolo. ¿Qué iban a decir? Dirían que odiaba a los animales, y eso era horrible. Trató de ignorar a esa criatura, ya que esperaba a que ella misma decidiera bajarse. Algo de música comenzó a sonar a las espaldas del chico. Era una banda, compuesta por algunos aldeanos que gentilmente le brindaron el apoyo musical.

Los lugareños estaban muy atentos al muchacho ya que seguramente no estaban acostumbrados a ver figuras tan importantes como él. De no ser por la fastidiosa presencia de ese asqueroso animal las cosas habrían salido perfectamente, aunque no contaba con lo que iba a suceder a continuación. Un hombre de cabello blanco, que groseramente empujaba a la audiencia subió a la plataforma donde él se encontraba. –Genial… ¿Alguien más se quiere subir?- Comentó alejando un poco el micrófono para que nadie escuchara su reclamo, intentando mantener la sonrisa, además de la paciencia que comenzaba a agotársele.

El pato se fue volando,dejando al muchacho albino como única incordia. Quería decirle algo como “fuera de mi escenario” pero eso era imposible. Mantener las apariencias era lo más importante para el príncipe, por lo que era inadmisible tratar mal a un pueblerino.

-¡OH! Miren lo que tenemos aquí. Vamos, no seas tímido.- Dijo mientras sujetaba al muchacho con su mano para acercarlo a él. Con la cabeza le dio una señal a la banda para que hiciera tiempo mientras se encargaba del invitado sorpresa. El peliazul sonreía y hablaba como la persona más amable del mundo, todo por los fanáticos. –Creo que mi nuevo amigo quiere cantar a mi lado, y como me gusta complacer a mis seguidores se lo concedo.- Las personas parecían aprobarlo, por lo que se había jodido a sí mismo.

No podía creer lo que estaba a punto de hacer, cantar con un novato tan sólo para que la gente no lo viera mal. Tendría que hacer ese gran sacrificio para no dañar su imagen. La gente no parecía darse cuenta del disgusto del músico por tener que compartir la escena con un desconocido, todo se lo debía a su impresionante talento para disimular el enojo. Se detuvo a pensar en la canción que podría cantar, ya que un dueto no estaba planeado, además de que tampoco esperaba que milagrosamente la voz de ese anormal sonara bien. Quizá algo sencillo, opacando en lo posible al otro chico para que la gente se centrara en él. O también podría dejarlo cantar por unos momentos en solitario para que su propia gente lo abucheara, se sintiera como un estúpido y bajara. Antes de poder decir algo más sintió que era separado del suelo, siendo levantado por el tipo de cabello albino, que expresaba una ofensa hacia el cantante. Escucharlo llamarlo imbécil fue como la gota que derramo el vaso. Era inconcebible que después de ser amable ese sujeto lo tratara como si fuera un trozo de basura. Tenía que enseñarle una lección pero, por más quisiera agarrarse a golpes, era preciso que mantuviera sus instintos asesinos bajo control. Era un cantante, no una bestia, por lo que se esperaba cierto comportamiento de él.

Sintió cómo su cuerpo era arrojado fuera de la tarima, escapando de la luz de los reflectores. Las personas comenzaban a hablar. Unos hombres fueron a ayudar al músico, pero se acobardaron al ver detalladamente al loco que causaba alboroto. –Por el amor de… Tranquilízate Arsenio, respira profundamente, eso.- Se dijo a sí mismo en silencio, inhalando y exhalando. Se levantó y tomó al albino por la oreja, ignorando el espadón, no sin antes enviar una mirada asesina a la banda, diciéndoles en voz baja: Manténganlos entretenidos hasta que yo vuelva. Si fallan les juro que mandaré a este loco detrás de ustedes.- Amenazó, Infundiendo miedo en los integrantes del grupo. No tenía de que preocuparse, puesto que los espectadores estaban más interesados en el espadachín que en el músico, lo cual como era de esperarse se ganaba el total desagrado de Arsen al querer ser el centro de atención siempre. Se iba a arreglar con él, pero no frente a todas esas personas. Prefería transportar la pelea a un lugar más privado. –Descuiden, volveré con más música a la brevedad.- Emitió para el publico, usando su sonrisa para demostrar que todo estaba bien.

Estaba tan entretenido sacando al joven de la vista de aquel público que no se percató de la insana expresión de su rostro, similar a la de un demente. Aunque el sujeto cargaba una espada con la que podría rebanarlo en dos y parecía que le faltaba más de un tornillo, Arsenio se veía mucho más preocupado de volver al escenario y seguir con el esperado show. Sintió que alguien halaba de sus ropas, por lo que soltó la oreja del albino. De un momento a otro fue arrojado de forma violenta, cayendo sobre una mesa y ensuciándose la ropa. Cada cosa que el albino hacía le daba a Arsenio algo nuevo que agregar a su lista de motivos que justificaban querer estrangularle. A duras penas se levantó. El impacto no fue la gran cosa, pero debido a que fue tomado por sorpresa no pudo prepararse.

Mientras hacía lo posible por mantener el equilibrio observó que ese imbécil iba hacia él, con todas las intenciones de hacerle daño. No sabía lo que debía de hacer, puesto que no llevaba ningún arma consigo, además de que no solía hacerse cargo de las peleas. Siempre se escudaba detrás de Lance, o Duque, pero esa noche su mascota no estaba consigo; lo había dejado ir pasear en el exterior de la villa, ya que aunque era su compañero también debía comprender que era un lobo y a veces deseaba la soledad o simplemente volver a la naturaleza.

El cacareo de una gallina lo hizo salir de sus pensamientos. -¿Te podrías callar?- Le replicó el joven al animal. Tomó a la gallina por el cuello y sin meditarlo dos veces la catapultó hacia su nuevo enemigo. Tenía que diseñar un plan, y lo último que necesitaba era ser molestado por un ave ruidosa. Las personas comenzaron a abuchear a alguien. Se puso nervioso ya que por su cabeza rondó la idea de que podría ser a él al que hostigaban, pero estaba equivocado. El abucheo estaba dirigido al hombre de cabellos descoloridos.

No se podía esperar menos, después de todo él había sido quien arruinó su fiesta y no el joven cantante. Trató de moverse, ya que se había golpeado en el tobillo al caer y todavía le dolía. Su kimono tenía una rasgadura en el lugar del que el otro joven lo agarró. Era una prenda delicada, no estaba hecha para uso rudo. Afortunadamente para Arsenio el albino no desgarró su kimono. Habría sido humillante ya que no llevaba nada para cubrirse más que la ropa interior. Mientras los aldeanos insultaban a su opositor, el cantante parecía preocuparse más por su atuendo, dando todas las señales de que le daba más miedo que alguien viera su piel desnuda que el loco que se encontraba sólo a unos pasos de distancia. -Situación vergonzosa si el kimono se hubiera quedado en las manos de ese tonto al lanzarme.- Expresó con alivio, lo suficientemente alto para que el otro lo escuchara. Craso error.

La atención que le prestaba al peliblanco era poca, por no decir ninguna. Estaba muy ocupado viendo una forma de remediar el asunto de la ropa, ya que le daba vergüenza volver al escenario con un kimono lleno de comida. Sí, a esas alturas todavía pensaba que podría hacer su presentación, a pesar de que la mitad de su audiencia había partido ya gracias al demente de la espada. Al parecer la gallina que le había arrojado no fue tan inútil, ya que lo arañó la cara e hizo que se viera peor que él. Algo de comida en el vestuario era nada comparado a tener la dermis marcada y el cabello repleto de plumas. Echó una risilla, tomando al albino no como una amenaza, más bien era un chiste andante por esa apariencia tan ridícula.

Al príncipe no lo duró mucho la risa, ya que cuando cantaba victoria la voz de una mujer le gritó una advertencia: ¡Cuidado!- Se trataba del espadachín, quien utilizando su espada se abalanzaba sobre él. Su mirada carmesí era espeluznante, además de que la vena en su frente parecía que iba a explotar en cualquier momento. Antes de que la hoja del espadón lo tocara, el ágil joven dio un salto hacia la izquierda, evitándolo apenas. Incluso juró sentir el filo del arma sobre su piel de lo cerca que estuvo.

-Parece que no sabes ni usar una espada. Perdedor.- Dijo, riendo a carcajadas sin mortificarse demasiado de que lo oyera, ya que evidentemente el loco estaba más concentrado en destruirlo todo con sus cortes errados que en asegurarse de que el muchacho peliazul hubiese sido reducido a picadillo. Se apartó a una buena distancia para no tener que volver a toparse con él. Mientras se entretenía con los torpes movimientos del hombre de la gran espada, un niño a sus espaldas jaló de su kimono, pero en lugar de hacer que el chico volteara a verlo sólo desbarató más las costuras, provocando que se cayera. – ¿Por qué siento tanto viento entre las piernas?-Se preguntó a sí mismo. Al parecer su vestimenta tradicional no había tenido la misma suerte que él al evadir el filo de la espada: el corte hecho por aquel espadachín desgarró la parte del hombro y también la banda que se encontraba en la cintura, ocasionando que todo el atuendo se viniera abajo.

-¡Son azules!- Exclamó el pequeño para que los pocos aldeanos que quedaban pudieran ver la ropa interior azul del cantante. Arsenio creía que todos estaban mirando al tonto espadachín mientras causaba desastres muy lejos de él: tan confundido se hallaba el malandrín que había comenzado a avanzar en dirección contraria al chico de azul. Por estar tan fijado en los errores de su oponente no veía que sus partes pudendas habían quedado al descubierto. –Arsen, ¿no tienes frío?- Dijo el pequeño mientras amablemente recogía lo que quedaba del atuendo del muchacho para entregárselo. -¡¿Pero qué ha pasado?! Devuélveme eso, mocoso.- Bramó furioso al ver que su ropa estaba en las manos de un chiquillo. Como era de esperarse, al infante no le gustó para nada el tipo de reacción por parte del joven, así que comenzó a correr, mostrándole la lengua.- ¡Alcánzame si puedes, cantante bobo!- Sin más opción el músico fue detrás de ese niño, cubriéndose con las manos y yendo por lo oscuro, odiando cada vez más al menor.

Como no había más remedio, el chico persiguió al enano para recuperar su ropa. Mientras iba tras él las personas se le quedaban mirando, pero no se reían, más bien observaban de forma curiosa el cuerpo del invitado, como si nunca hubieran visto a un chico tan bien parecido correr en cueros por las calles. -¿Les importaría dejar de mirarme el trasero? Gracias.- Replicó el chico, pero sus reclamos parecían llegar a oídos sordos: entre más se quejaba más era la gente que recorría su cuerpo con la mirada. Le daba vergüenza, pero su deseo por darle una reprimenda a ese niño le permitía seguir corriendo. Cuando creyó que las cosas no se podían poner peor apareció el albino sumándose a la persecución, burlándose de su condición actual.

Llegaron a un callejón, donde el hombre de cabello claro le pidió al niño que le diera lo que quedaba del kimono. Se lo hubiera negado, pero seguramente después de ver lo enajenado que se ponía durante la comida no tenía ganas de retarlo. Le dio la prenda por entre las piernas del peliazul y luego se escapó, pasando igualmente por el espacio que había entre las dos piernas del cantante y empujando al espadachín para poder irse.

-Muy gracioso, ahora dame eso.- Le ordenó mientras se daba la vuelta para quedar cara a cara con él. Sabía que no estaba en posición de exigir nada en ese momento y lo más inteligente hubiera sido comportarse afable para llegar a un acuerdo, sin embargo el peliblanco ya lo tenía en el limite de su paciencia. Como era obvio que no se lo iba a dar por las buenas, el chico tiró de la prenda, intentando quitársela, aunque le daba miedo romperla más y que quedara inservible. En ese instante lamentaba no haber ido usando su ropa normal a esa fiesta, de ese modo no habría tenido que pasar por una situación tan humillante.

Estaba por rendirse cuando escuchó las voces de niños detrás del espadachín. En sus manitas llevaban cuerdas, además de… ¿ollas y sartenes? Seguramente los habían tomado del suelo, ya que ahí fue a parar la comida que se estaba sirviendo hasta que el albino tuvo su arranque de locura. -¡Ataquen!- Gritaron los pequeños soldados al unísono. Eran unos diez o doce, no podía distinguir bien por la oscuridad de la noche. Cuando dijeron “¡Ataquen!” supuso que se referían a atacar al loco del espadón, ya que él había destruido su fiesta, lo cual alegró al peliazul.

Dos de ellos comenzaron a dar vueltas alrededor del albino, atrapándole las piernas con una de las cuerdas. Arsenio volvió a reír, olvidándose del kimono, cuando sintió que una persona se subía por su espalda. Era otro de esos niños hiperactivos, el cual le puso una olla en la cabeza y comenzó a golpearlo con un sartén.- ¡Bájate de encima, pequeño monstruo!- Exclamó el músico mientras corría desesperado por no poder ver nada. -¿Por qué hacen esto?- Preguntó el peliazul. Quería una buena explicación para justificar esa conducta rebelde.

-Ustedes dos no han hecho más que traer desgracia a nuestra villa. ¡Queremos que se vayan!- Dijo uno.- ¡Sí!- Expresaron los demás como un coro. El Príncipe insistía en que no había sido su culpa, ya que si había un culpable había sido el espadachín que se puso a cortar lo que se pusiera en su camino a diestra y siniestra.

Su visión había quedado nula, por lo que era incapaz de presenciar la tortura que estaba recibiendo el otro, además de que estaba ocupado con su propio castigo, por lo que no podía escuchar casi nada de lo que decían a causa de la olla que pusieron en su cabeza.- Saben, tengo un amigo que es un lobo grande y feroz al que le encanta el sabor de los niños mal portados de diez años de edad, se los come como aperitivo y todas las noches me pide que le dé una canasta entera de ellos. Dudo que quieran terminar así. – Los amenazó, pero eso no los detuvo para atarlo también. Le quitaron la cacerola pero en su lugar le colocaron un pañuelo sobre los ojos, además de una manzana para que dejara de hablar. Por el sabor a tierra era fácil deducir que venía del piso como todo lo demás que habían usado. Entre todos, los niños cargaron al par de forasteros, llevándolos a un destino todavía desconocido para el músico.

-Qué nochecita…- Pensó mientras era transportado por ese grupo de mocosos, los cuales le habían atrapado como a un animal salvaje. Se preguntaba cómo había hecho para capturar tanta mala suerte en un solo día. Le dolían los lugares en los que había sido herido por esos enanos del demonio. Lo bueno era que mientras los trasladaban dejaron de golpearlo. Estuvieron caminando por un rato hasta que sintió que se detuvieron abruptamente. Podía escuchar el sonido de sus respiraciones, sonaban agotados y como si les hiciera falta el aliento. Evidentemente, cargar a dos jóvenes de tamaño adulto no debía ser la tarea más fácil para pequeños en desarrollo.

Lo dejaron caer sin tener delicadeza alguna junto al otro joven, como si fueran un par de sacos de patatas. Lo último que pudo escuchar fueron las risas de los niños detrás de él. Alguien interrumpiría su pequeña celebración. Como si hubiera sido invocado, el lobo de Arsenio apareció, ahuyentando a los chiquillos con su aullido. -¡Es el lobo del que Arsen hablaba!- Gritó uno de ellos, retrocediendo lentamente ya que la impresión que le causó ver a la bestia lo había dejado paralizado.

Duque mostró los dientes, lamiéndose el hocico como si fuera a devorarlos. La viva imagen del Lobo Feroz. Los niños escaparon, gritando y corriendo despavoridos. Caminó hacia el joven de cabello azul, quitándole el impedimento de la vista con la boca y luego estiró las cuerdas con colmillos para aflojar los nudos. –Duque, debiste habértelos comido, se lo merecían. ¿Dónde estamos? No veo nada, está muy oscuro.- Le dijo Arsenio, después de escupir la manzana magullada. El lobo le había liberado las manos así que él mismo podía ocuparse de las ataduras en sus piernas. Mientras su amo estaba entretenido con las cuerdas, el lobo fue hacia el otro joven, haciendo lo mismo que hizo con su dueño. Tal vez el animal lo confundió con un amigo del Príncipe y por eso lo desató también.

Habían sido abandonados en un bosque tétrico, algo que ya había previsto al encontrarse a Duque ahí. Se elevó hacia arriba, colocándose de pie y esperando a que su mascota terminara de desatar al otro. Aunque él no lo había aprobado se enteró demasiado tarde para detenerlo, pero si lo había dejado proseguir era por una razón: si el albino siguiera con la intención de hacerle algún daño el canino se habría alejado, ya que parecía tener un sexto sentido especial para esos casos, como una intuición para oler la maldad en los humanos.

Titiritó de frío, ya que no llevaba nada de ropa más que la interior. Pero eso no pudo evitar que mirara con enojo al malagradecido espadachín, que ni siquiera se molestaba en darle las gracias cuando el animal que había ido en su ayuda le pertenecía. Quería confesarle un par de verdades a ese sujeto que ya lo tenía tan enfadado.- ¿Te digo algo? Eres desagradable, y mucho. Si vamos a jugar a echarle la culpa a alguien, el único culpable fuiste tú. Subir a un escenario, agredirme, destruir TODO lo que tenías a la mano y finalmente poner en riesgo las vidas de esas personas, por no mencionar rasgar mi kimono cuando jugabas al espadachín. Lo único que yo hice fue ser amable, que a ti eso te haya irritado no es mi reverendo problema. Aprende a controlar tu ira, ¿quieres? Le harías un favor al mundo.-Le dijo sin temor alguno mientras se ponía de brazos cruzados.

El albino debía reconocer la catástrofe fue iniciada por él. Cierto, quizá su comportamiento al tratar de quedar bien con los aldeanos no fue el más correcto, pero Arsenio nunca levantó un arma o estuvo a punto de asesinar a alguien. El canino ignoró por completo la riña y comenzó a caminar, guiándolos a ambos sin tener distinción alguna. Se detuvo frente a un arbusto y señaló con su pata delantera hacia lo que había detrás del follaje: no muy lejos se hallaba la villa de la que los habían expulsado. –Bien allí tienes… vuelve al agujero del que saliste, lunático.- Espetó el muchacho de cabello azul.

Miró a Duque a los ojos y le dio nuevas órdenes.-Escucha, ve a buscar mi mochila, la de color azul y el emblema con forma de corona. El sello es como el que tengo aquí.- Dijo Arsenio señalando la pequeña corona estampada en la parte trasera de su calzoncillo. El lobo asintió con la cabeza y se dispuso a volver a la villa. Sabía que era seguro enviar a Duque por su ropa, ya que nadie se interpondría en el camino de un lobo aparentemente salvaje y más si se tomaba en cuenta su tamaño. –Por favor no te demores... le podría dar otro ataque de locura y quizá trataría de sacarme la ropa interior también.- Comentó a Duque, refiriéndose obviamente al desconocido.

El chico se quedó de brazos cruzados, esperando a Duque y escuchando cómo el viento acariciaba las copas de los árboles. Habian pasado algunos minutos y ya estaba más tranquilo, aunque eso no era garantía de que iba a dejar de lanzarle insultos al espadachín. De hecho ni siquiera sabía el porqué todavía no se había ido. Era obvio que él no lo soportaba, un sentimiento que era mutuo. Se alarmó un poco cuando volvió su vista al escucharlo comentar sobre su emblema y además la forma con la que cerraba el puño. Vaya loco, ahora se estaba lastimando a sí mismo.-Sí, es un emblema que llevan todas mis cosas. Mi padre lo hizo para mí cuando era príncipe. Pertenecí a la nobleza, pero actualmente sólo he conservado el nombre y mis recuerdos.- Espetó el chico con tranquilidad. No le molestaba confesarle su pasado a cualquiera, si de esa parte estaba orgulloso. Lo que no quería que nadie supiera era la etapa de decadencia del reino y que él había sido el responsable de las desgracias que asediaron a tan noble nación.

Se exaltó al oírlo decir su amenaza, pero el Príncipe sólo respondió con un suspiro. Lo único que iba a conseguir si le seguía el juego a ese desequilibrado mental sería terminar en la cárcel así que posiblemente lo mejor era separarse ya. También temía por su vida; un minuto de descuido y al siguiente podía ser dividido en dos por un espadón. Sólo estaba a la espera de su ropa. Ni en broma iba a permitir que alguien más lo viera así, ya había soportado demasiadas miradas extrañas en las calles del pueblo.

-Y si te lo preguntas, la razón por la que me vi obligado a abandonar mi reino fue mi sueño de poder cantar y alegrar los corazones de las personas con mi música.- Contestó alegremente. Obviamente, eso era una mentira, pero tampoco quería dejar cabos sueltos en su historia, y mucho menos que el peliblanco lo recordara como una persona histérica. Arsenio siempre debía quedar mejor que los demás. Impacientemente esperaba a que su mascota volviera con la mochila. Confiaba en que el lobo no tendría problema para reconocerla. Por si las dudas, en esa mochila se encontraban los bocadillos que tanto le gustaban a Duque, así que reconocería el olor y la traería cuanto antes para recibir su premio.

El lobo asomó su cabeza entre los arbustos, mostrando el morral en el que el joven llevaba su ropa. Buscó en su interior, sacando unos pantalones y una camisa, no sin antes lanzar un biscocho dulce a la boca de Duque.-Buen trabajo muchacho.- Lo felicitó mientras subía la cremallera de su pantalón. Con cuidado se colocó una camisa azul con el mismo emblema. Al sacar la cabeza dijo: En fin, yo me voy de aquí. Tengo un itinerario muy saturado y debo llegar pronto a la siguiente isla. Quizá nos veamos de nuevo.- Se puso la mochila sobre el hombro y comenzó a caminar, no sin antes despedirse con la mano y dedicarle una sonrisa al extraño, además de guiñarle el ojo. -Por cierto, mi nombre verdadero es Arsenio Markov.- Añadió por último mientras desaparecía junto a su mascota.

[Topic finito]