[Pasado] Las Crónicas del Príncipe: Una Canción del Siglo

Una vez más el joven músico y su fiel compañero lobuno habían ido a parar a una nueva isla. Había una razón en específico para ir a visitar Ohara: el Árbol del conocimiento. Se decía que el interior del árbol era una biblioteca donde diferentes eruditos habían dejado sus obras, accesibles para que el mundo pudiera disponer de ellas. El Príncipe estaba en uno de esos viajes en los que buscaba inspiración, a su “musa” para componer nuevas y brillantes canciones que se volvieran himnos. El músico creía que esa era una forma de alcanzar la inmortalidad: cuando los conocidos de uno mueren, su recuerdo va desapareciendo. Pero una canción que logra trascender es como conseguir un poco de eternidad. Tenía la idea de que explorando la biblioteca conseguiría empaparse de conocimiento, ya que él se consideraba todo un genio. Quizá no uno de libros, pero sí un virtuoso de la música.

En su espalda llevaba una mochila pequeña y la funda de una guitarra. Durante el recorrido se detenía a improvisar con su instrumento, ya que no sólo se inspiraba con libros antiguos, también la naturaleza lograba sacarle chispas de motivación. El ambiente de aquel lugar era tan selvático, además de que había pocas señas de civilización. Nada de interrupciones o gente molesta que pudiera bloquear su genio creativo, sólo era él y la música.

Era un día hermoso y soleado; había que aprovechar. Se sentó sobre una roca y desenvolvió su instrumento, no sin antes sacar un pequeño cuaderno azul en el que llevaba nota de todo. Lo que menos quería era perder algún dato valioso, por lo que prefería tomar apuntes. Para el músico el tesoro más grande no eran montañas de oro o navíos llenos de joyas invaluables, era encontrar la melodía perfecta. Una canción que pudiera prevalecer por siglos y siglos, que la gente la siguiera tarareando incluso cuando él dejara de existir. Sabía que era algo posible, ya que gracias a los libros había conocido a músicos ilustres que tuvieron su fecha de defunción mucho antes de que sus abuelos nacieran. Eso quería Arsenio: aparecer en los libros de historia como un músico del siglo y que sus obras perduraran por muchos años.

El canino que le hacía compañía a Arsenio parecía disfrutar del bello sonido que producía su amo al rasgar las cuerdas. Eso ya era todo un halago para el chico: que su música pudiera gustarle inclusive a las bestias, significaba que iba por un buen camino. Ya tenía la melodía, pero faltaba otro elemento importante para una canción exitosa y ese era la letra. –Va a ser un día largo Duque. Pero no estoy desanimado, he logrado resolver lo de la música. Vamos, escribir la letra de una canción no es tan difícil… cuando tienes el tema.- Expresó lo último con desaliento. Todavía había mucho por hacer.

Estaba muy decidido a escribir la canción perfecta, por lo que no iba a dejar que nada lo apartara de su meta. Ni siquiera la falta de ideas y la tremenda sequía mental que lo azotaba con dureza. Echó un vistazo a Duque, percibiendo que se aburría desde el momento en el que él dejó de tocar la guitarra. El lobo disfrutaba de los bellos sonidos creados por el maravilloso instrumento y siempre estaba para servir de crítico hacia las nuevas canciones de su amo. Como no pensaba seguir improvisando, ya que tenía el sonido en la cabeza y debía concentrarse en letras, pensó en que quizá lo mejor sería darle a Duque algo más qué hacer para que no estuviera acosándolo en espera de que volviera a poner las manos sobre la guitarra. Ese era un lugar con una gran fauna y flora, seguramente a Duque le recordaría su hogar. –¿Por qué no te vas a explorar la isla? Yo voy a estar en el gran árbol para cuando decidas volver. Créeme, voy a permanecer en silencio un largo rato así que dudo poder mantenerte entretenido.- Le comentó. La mascota asintió con la cabeza y retornó por el mismo camino por el que había llegado junto a su amo, como si le fuera imposible negarse a los deseos del joven.


Arsenio se despidió de él cuando ya se encontraba lejos.-¡Sé bueno!- Exclamó, ya que aunque se comportaba civilizadamente estando con el príncipe, a veces era capaz de convertirse en una bestia salvaje al sentirse ofendido. Por eso mismo era que actualmente muchos Marines con los que se habían encontrado en su aventura tenían grandes cicatrices por mordidas de lobo en alguna parte de su cuerpo. Lo mejor sería dejar de pensar en aquello, además de que confiaba en que Duque sabría controlarse, o por lo menos distanciarse de problemas. Se separó de la roca en la que había estado sentado, ya que no era nada cómodo permanecer largo tiempo postrado sobre un pedazo de piedra. Flexionó las rodillas y suavemente descendió en el césped, colocando el instrumento nuevamente dentro de la funda. Usó su mochila como almohada, recostándose para ver las nubes pasar. Siempre había conseguido ideas observando el paseo de las nubes por el cielo. Tan blancas, tan puras. A veces deseaba tener alas y poder tirarse a volar. El agradable arrullo del viento hizo cabecear al chico, eso y que todavía estaba fatigado por el viaje tan largo que había hecho. Todavía no estaba completamente recuperado de las actividades que había realizado en la isla anterior. Se quedó completamente dormido a los pocos minutos. Una buena siesta iba a ser útil para incentivar el proceso creativo.

Tenía un sueño tan lírico, hasta que escuchó que alguien le estaba llamando, una alarma que lo hizo volver a la realidad. Dormir era lo que más quería y no le parecía que alguien estuviera privándolo de aquello, por lo que abrió sus ojos de par en par hecho una fiera. No era algo conveniente hacer enfadar al príncipe si estaba en medio de uno de sus sueños reparadores, ya que dormitar era algo necesario para que estuviera de buen humor. El que lo hubiera provocado no iba a quedar muy bien, pues tendría que soportar a Arsenio quejarse. La voz que lo despertaba era familiar, pero no era el mejor de los momentos para ponerse a recordar de quién era. Mientras su vista se aclaraba (ya que la luz del sol le había pegado directo y por ello no pudo distinguir el rostro) vio que se trataba de un hombre de largo cabello lila, lo cual le cayó como una piedra. Era un viejo conocido. Aunque quería retorcerle el cuello por haberle interrumpido, debía comportarse y mantener la cordura. Ante todo le gustaba mostrarse educado y tranquilo, amable, dulce. Era más fácil dirigirse a las personas de esa manera, además de que así había más posibilidad de que hicieran cosas buenas por uno.

Elevó su cuerpo, al menos la parte por encima de la cintura, y encontró su mirada con la del ya conocido espadachín. En el primer instante su cara parecía de pocos amigos, pero pronto fue dispersada por una sonrisa. Para Arsenio era tarea sencilla modificar el aura que proyectaba: podía pasar de ser tu peor enemigo a el mejor de los amigos en un abrir y cerrar de ojos, casi como magia. Magia, o tener bien dominada la actuación. –Hola Aaron.- Dijo bostezando y estirándose. Perezosamente terminó de levantarse, retirando la hierba que se había quedado pegada a su pantalón y parte trasera de su camisa. Apoyó la mano en el hombro ajeno, todo para no inclinarse de más y caer de narices. El cansancio podía más, pero su ambición por componer la mejor canción le aportaba energías extras a su agotado cuerpo. -¿Qué es lo que te trae por aquí?- Le preguntó mientras se frotaba el ojo izquierdo con su otra mano. La verdad es que no sabía lo que el espadachín estaba haciendo allí, además de que era una coincidencia enorme que se encontraran en la misma isla. A no ser que ya estuviera acordado, detalle que posiblemente se lo olvidó por estar con los ojos fijos en su meta. Cuando se enfocaba en algo dejaba pasar muchas cosas. Al parecer Duque había sido el responsable de guiarlo hasta su posición.

No tenía idea de qué era de lo que estaba hablando el espadachín, pero también pensó en una posibilidad. Pero como no tenía el poder de leer mentes, y aunque lo tuviera no creía que funcionaran en un cerebro tan diminuto como el de ese hombre. Vamos, que un tipo cuyas metas se basan en saber manejar una espada mejor que otro (Como la mayoría de los espadachines que conoció, lo cuales no habían sido muchos pero ayudaron a que Arsenio tuviera una imagen bien definida de ellos). Quizá había escuchado algo sobre la canción que trataba de crear. Después de todo había estado todo el viaje charlando con Duque de lo grandioso que era y de los planes para el resto de ese día, pero no esperaba que alguien lo estuviera espiando. También podía ser que no haya notado la presencia de hombre al estar siempre tan distraído con sus asuntos, los cuales importaban mucho más que los ajenos.

-No sé a qué te refieres, pero será mejor que me lo digas. Tengo una vaga idea pero primero quiero que tú me lo confirmes en caso de que me haya olvidado de otra cosa.- Confesó. Pero antes de que el otro pudiera siquiera pensar una contestación el chico se atrevió a decirle el motivo de su llegada a aquella isla. Sentía necesidad de ser escuchado, como siempre. No podía permanecer dos segundos sin querer llamar la atención. –He venido a esta isla para poder convertirme en el orgulloso autor de la canción que todos van a cantar. Ya sabes, una canción del siglo, algo que no se olvida fácilmente. Estoy buscando un tesoro que se encuentra en esa biblioteca.- Dijo emocionado, elevando las manos a la altura del pecho y moviéndolas de arriba hacia abajo haciendo énfasis en la parte en la que decía “canción del siglo”. Podía ser que por eso Aaron señalaba esas nubes con forma del reloj en el cielo, el periodo de cien años o el largo tiempo que esperaba que su creación viviera en los corazones de las personas.

Había ido en busca de un libro en especial. No pensaba leerse cada libro, sólo estaba interesado en uno realmente. Sin embargo eso no significaba que no pensaba disfrutar del ambiente, ya que le gustaba el silencio de las bibliotecas. Cuando vivía en su reino contaba con una vasta biblioteca, no tan famosa como la de Ohara pero no por eso menos integra. –Quiero encontrar un libro muy especial, uno de músicos famosos. Lo leí una vez, pero el lugar en el que lo hice ya no existe, así que espero encontrar otro ejemplar aquí.- Terminó. Recordó que posiblemente la biblioteca de la que hablaba ya se encontrara enterrada o destruida, como todo lo demás. No estaba seguro, pero por lo que sabía era el mejor lugar del mundo para buscar. Si podía conseguir una copia estaría satisfecho.

-Ya que estás aquí ayúdame a buscarlo.- Expresó, recogiendo sus cosas y comenzando a avanzar.- Duque quédate aquí, no creo que te dejen entrar.- Le dijo a su mascota, pues dudaba que le dieran acceso a un lobo. El cuadrúpedo se echó al suelo y cerró los ojos, quedándose dormido del mismo modo en el que lo había hecho Arsenio. Era un buen lugar para tomar una siesta. El peliazul sonrió mientras caminaba en dirección al Árbol del conocimiento.

-Está bien. Me da gusto saber que no me ignoras cuando te hablo, eso es muy bueno.- Dijo Arsenio, mostrando su usual sonrisa. Él prefería afrontar todas las situaciones con una sonrisa en la cara antes de malhumorarse. Era bueno que Aaron hubiera entendido bien el propósito de su aparición en esa isla. Conforme ambos piratas avanzaban se encontraban con diferentes tipos de plantas. Ciertamente esa isla estaba poblada por una diversidad de vegetación interesante. Le recordaba un poco a su hogar, antes de que las ratas y otras plagas terminaran de eliminar la belleza que poseía ese paisaje. Mientras caminaba observó a un pequeño grupo de personas, no más de diez, con las que se iban a tener que encontrar debido a que estaban en su camino. Pero algo le decía que no era prudente acercarse: Arsenio tenía el hábito de inspeccionar a las personas y basarse en su apariencia y aquellos sujetos no se veían como personas honradas y amables, eran como los criminales que se ven en los carteles de se busca.


-Creo que he visto al sujeto feo con la dentadura horrible antes.- Comentó Arsenio en voz baja mientras tomaba el hombro de Aaron, arrimándolo a una zona verde y obligándolo a descender para poder ocultarlo entre los arbustos sin consultárselo. Era lo bueno de un lugar con una flora tan rica y variada: escondites abundantes. -¿Qué vamos a hacer? Son piratas buscados, no pueden querer nada bueno.- Compartió la información con el espadachín. La verdad era que no sabía mucho de ellos, pero vagamente había visto uno de esos carteles. Aquel día también se había encontrado con un cartel en el que aparecía su nombre y fotografía. Al menos era fotogénico y estaba satisfecho con la imagen elegida para su cartel.

Se frotó la barbilla y analizó la situación.-Vamos a ver… son nueve, el de los dientes feos, el del centro, es el capitán. Físicamente no lucen fuertes pero deben estar armados. Sólo me preocupa ese gigantón. ¿Cuanto medirá? ¿Dos metros? Es bastante ancho. Mira sus labios, se están moviendo. Necesito estar más cerca para poder escuchar su conversación. Camina por lo oscuro.- Dijo por último. No quería que los descubrieran. Era muy astuto, ya que se necesitaba cerebro para sobrevivir cuando todos tenían habilidades peligrosas y él sólo era un chico de alcurnia sin dotes para el combate.

Con sigilo se acercó lo suficiente para quedar detrás de la tripulación pirata. –Ya saben cuál es el plan. Roben todos los libros y llévenlos al barco. Si alguien intenta detenerlos, mátenlo.- Ordenó el capitán, un pelirrojo desabrido con horribles dientes. Los hombres se dirigieron a la biblioteca a toda prisa. Arsenio se cubrió la boca y se centró, ya que estaba a punto de saltar sobre ellos. No podía permitir que hurtaran los libros y conocimientos invaluables. Al menos no hasta que él pudiera encontrar el libro que quería. –Aaron, ¡no podemos dejar que eso ocurra!- Exclamó el príncipe cuando los malhechores ya se encontraban lejos como para escucharlos. En su cabeza ya estaba trazando un plan, pero necesitaba de la participación de Aaron. Tenía que ser realista: no era guerrero para hacerles frente él solo.

Aaron actuó exactamente como él esperaba. Era increíble, casi pudo ver ese movimiento en su cabeza. Resultaba predecible aquel espadachín después de tiempo. Suspiró, lo único que había logrado el joven de cabello púrpura era precipitarlo todo. Dijo que debían detenerlos, pero nunca mencionó atacar. Atacar era la solución de los brutos que no poseían el don de dialogar, o en este caso el de mentir. Después de ver el espectáculo de Aaron, exclamó: ¡Alto al fuego!- Los hombres se extrañaron con la petición, mientras el joven de cabello azul salía del escondite, con las manos arriba y caminando lentamente.- Por favor, no le hagan nada. Mi amigo sufre de retraso mental. Se cree un espadachín. La katana que lleva es de juguete. Se le dieron en su cumpleaños para que pudiera alucinar ser un samurai. – Explicó de la manera más tranquila mientras se acercaba a su compañero y lo tomaba por el brazo, usando su agilidad para dar un salto en el aire y aparecer justo enfrente de él.

-Yo no le creo nada a ese sujeto, capitán.- Escuchó murmurar a uno de ellos, que ponía en duda lo que decía. Arsenio sonrió y miró a los hombres, lucía calmado y distinguido, como siempre, por eso era algo difícil sospechar que un chico así pudiera representar una amenaza. –Díganme una cosa, ¿qué clase de tonto se vestiría como mi amigo? Sólo él.- Los integrantes de la tripulación asintieron, como si estuvieran de acuerdo con el muchacho peliazul. –Por cierto, mientras estaba recogiendo flores…- Dijo señalando un ramo de flores que había cortado mientras su compañero se lanzaba al ataque.-Escuché su conversación sin querer. Si están buscando los libros ese es el lugar equivocado. Les explico: últimamente han llegado muchos bandidos queriendo robar el contenido de la biblioteca, por lo que todo fue trasladado a un lugar cerca de la playa, hacia esa dirección.- Dijo señalando hacia su izquierda. Había visto una cabaña muy grande cuando llegó a la isla, una especie de taberna, era conveniente para su plan.

-Les diré cuál es el lugar si acceden a no lastimar a nadie. Verán, mi padre es un importante arqueólogo y prestó nuestra casa para seguir con la investigación sin el miedo de que todo se perdiera en un posible ataque al árbol. Es la cabaña con el letrero que dice “restaurante”, es un engaño para despistar. Pero por favor, no le hagan daño a la buena gente de esta isla, sólo queremos paz.- Terminó, usando un tono que le rompería el corazón a cualquiera. Sabía que esa mentira sería un éxito por lo siguiente: él no aparentaba ser un pirata, de hecho tenía el aspecto de un chico noble incapaz de contar falacias. Lo segundo era porque esos sujetos no se veían muy inteligentes; los típicos brutos fáciles de manipular. Y por último tenía su gran carisma de su lado, el cual le ayudaba en la tarea de convencer a otros.

Los piratas se quedaron mirando con cara de duda a su capitán. Parecía que él era el verdadero cerebro y ahora comprendía mejor cuál era su papel en esa banda. -Iremos a ese lugar. Pero si no encontramos nada mataremos a todo el que se ponga en nuestro camino.- Dijo con una sonrisa malévola, gesto que los simios que lo acompañaban imitaron. Arsenio se mostró preocupado, una preocupación falsa claro. Seguramente pensaba que amenazando con destruir la isla lo iba a amedrentar y le harían pagar si estaba mintiendo, pero apenas encontrara el libro que quería pensaba marcharse. Le interesaba poco el destino de ese lugar. -¡No! Por favor, no hagan eso. Llévense los libros, se pueden remplazar, ¡pero las vidas de estas personas son invaluables!- Suplicó, pero lo único que hizo el capitán de la horrible dentadura fue empujarlo con Aaron, yéndose junto a su banda en la dirección indicada por el peliazul. En su interior él estaba sonriendo.

Se habían comido esas patrañas. Una vez más lo había conseguido. Cuando ya se encontraban lejos volvió con Aaron.- Sabes, no todos los problemas se resuelven con espadas. Andando, calculo que les va a tomar unas cuatro horas descubrir que fue un engaño y volverán aquí. Conseguimos mi libro y nos vamos.- Ordenó mientras caminaba hacia la biblioteca, esperando a que el espadachín lo siguiera. –Tuvimos mucha suerte. No me quiero imaginar lo que hubiera tenido que hacer si fueran individuos más inteligentes.- Admitió al momento de empujar la puerta. Los eruditos estaban ocupados, concentrados, por lo que ni siquiera lo miraron. –Bien, el libro que buscamos se llama “Stort Talent”. Si lo encuentras me avisas para poder largarnos. Sí, esto es un robo.- Dijo en un tono muy bajo para que nadie lo escuchara mientras se dirigía a un estante lleno de libros y comenzaba la ardua búsqueda. Prometía ser eterno.