[Prologo] Los inicios de una division que sera leyenda

Y ya había llegado el día que había estado esperando desde hace ya algunos meses en el pasado... despues de haberme puesto a pensar que sería con mi futuro decidí que lo mejor sería alistarme en la marina; quizás no por tanta identificación ideológica sino mas bien por una notable conveniencia, que en realidad era lo que mas me motivaba dentro de la forma pragmática de pensar que siempre dictaba mis acciones. Mi padrastro era una personalidad dentro de la marina además de ser sumamente rico, riqueza que había aprovechado acostumbrandome a la vida de alta alcurnia y buen vivir, quizás el cambio sería algo brusco, o quizás no. Yo quería ser grande en la marina para hacer lo que me placiera.

Si, ya me habían dicho que la vida dentro de la marina podía ser austera y sacrificada... miserable si es que me preguntaran a mi, sin embargo atrapar piratas si era de lo mas entretenido, y es que aquellos rufianes no tenían idea de estilo ni elegancia, eran burdos y maleducados, despilfarraban en vez de gastar y una serie mas de adjetivos que los colocaba en la peor calaña posible, una verdadera molestia. Además que yo planteaba cambiar un poco la forma de pensar, sabía que cumplir órdenes era parte de todo y si lo haría pero mantendría mi toque personal en las cosas.

Gran parte de la idea de todo era aliarse con las personas correctas y sobre todo, serían personas con las que tuviera muchas cosas en común, pero en fin... era solo cuestión de observar el panorama. En aquel momento me encontraba yo en el cuartel habiendo llegado puntual, como siempre; precisamente mi vista paseaba por los nuevos reclutas que como yo seguro tendrían opiniones y visiones personales. Acaso habría alguien que quisiera ascender tanto como yo?, si fuese así sería bueno encontrar a tal persona pronto, ya era sabido que motivaciones similares hacían que estas se alcancen con mayor rapidez, por lo que eso era lo que buscaba mientras paseaba la mirada entre el resto de mis futuros compañeros.

Como era de esperarse había de todo, los incultos y brutos tipos llenos de esteroides, las ratas de biblioteca con lentes y el típico temblor producto del nerviosismo... y bueno, muy pocos que realmente demostraban estatus, como yo. Entre ellas solo una me había llamado la atención y si bien la vestimenta era marine, la manera de andar y la forma en como ella miraba a todos como si fuese superior me gustó, me acercaría a presentarme como dictaba el protocolo.

Mientras lo hacía pude escuchar las palabras que salieron de los labios rosa de la jovencita, palabras que si bien no tenían la exquisitez retórica con la que yo me hubiera podido expresar, si manifestaban la confianza y sobre todo la gran y elevada aspiración que lograría tener, las cosas que le apetecía alcanzar, la codicia y avaricia necesarias para obtener el puesto y status alcanzado. Una chica de lo mas interesante. Me acerqué por atrás esperando no asustarla rozando su hombro con la delicadeza con la que se toca una rosa.

-Palabras sublimes hermosa damita... déjame decirte que pienso como tú, y no tiene caso soñar si sabes que no puedes alcanzar tu sueño por lo que estoy seguro que te tienes confianza... requisito indispensable. Oh, pero disculpe los modales, Solomon Goldsmith, para servirle princesa-

Le dije sonriéndole de manera encantadora tomando su mano y sintiendo la suavidad de su piel al tomarla para besarla completando el saludo. Esperé la contestación de la encantadora pelirosa, esperando ver si aquella primera impresión estaba en lo correcto o no.

La educación fue devuelta de manera equivalente como era de esperarse de aquella encantadora dama, ella dejó que las cortesías propias de la introducción cuando se conoce a una persona nueva siguiesen su curso natural, claro esta, siempre mantieniendo el porte y garbo que caracterizaba a su galante y rubio acompañante, es decir yo. Fue entonces que pude captar en la mirada de la muchacha cierto interes, y es que los ojos de una mujer siempre tenían la magia de comunicar mas que las propias palabras, y estaba claro que le había llamado la atención. Lamentablemente la marina no tenía un estandar claro o definido en cuanto a educación y cultura de sus reclutas, sin embargo era obvio que la señorita y yo eramos diferentes, nos distinguimos del resto.

De pronto aquellas sospechas se vieron confirmadas con el sutil gesto de la pelirosa indicándome si es que podíamos caminar. Por supuesto accedí, a una muchacha como aquella sería incapaz de negarle siquiera mi compañía. La tertulia prosiguió su curso fluído y natural enfocándose en un punto primordial traído a alusión por la exquisita retórica de su acompañante, quería saber la razón de su decisión de alistarse a la marina, un tema por demás interesante. Amplié mi encantadora sonrisa y mirándola fijamente a los ojos me dispuse a contestarle.

-Tu motivo no difiere mucho del mio, casi nada a decir verdad. Es que para mi la piratería simboliza todo el caos, desorden, falta de razón y una avaricia sin sentido. No es mi intención sonar pretencioso pero busco ascender para transmitir mis ideas a gente como nosotros, simplemente diferentes, diferentes para bien-

Comenté sin dejar de sonreír y esperaba que con eso pudiese concretarse una alianza que podría llevarlos muy alto dentro del estricto escalafón marine, que si bien sería complicado mi motivación era mas que suficiente para poder sobrepasar aquel obstáculo con creces.

-Pero mi hermosa señorita, ha olvidado decirme su nombre, no me gustaría tener que tratarla de "usted" todo el tiempo ante la potencialidad de un convivir mutuo-

Le dije teniendo todavía suma curiosidad de saber cual era el nombre de tan distinguida chica. Pero de pronto otra voz se percibía en el ambiente, otra que no había captado desde que había llegado al cuartel. Giré mi rostro para mirar al nuevo interlocutor que se excusaba de haber interrumpido. Y es que el dicho que los símiles suelen encontrarse se hizo palpable en aquella ocasión por las palabras refinadas del hombre que se presentaba a si mismo como Claus, un capitán relativamente reciente. Lo que si me pareció algo sorpresivo fue la invitación a comer con él, tan clara era la superioridad de mi acompañante y la mía que nos había hecho distinguir de aquella manera tan evidente del resto. Claro que la respuesta se desprende por si sola, no había dudas sobre ello. Afirmación.

-No quisiera tomarme atribuciones que no me corresponden pero creo que hablo por ambos cuando digo que sería un placer acompañar a comer a tan distinguida personalidad, claro, espero que si esta en vuestra voluntad nos excuse de los inevitables trámites burocráticos del primer día para poder hacerlo…-

Respondí esperando que la pelirosa complete aquella respuesta que, si tenían alguna similitud de pensamiento, accedería como él ante la idea de comer con un capitán… quizás sería un paso mas para concretar de un grupo de marines superiores.

Al ver que la pareja portaba todos los papeles reglamentarios, daría paso al tema burocrático. Pero no sin antes sorprenderse de aquella manera tan especial que ambos utilizaban en su lenguaje. El joven utilizaba unas maneras de caballero, que alcanzaban el respeto profundo y la serenidad y la señorita, un lenguaje casi categórico, algo señorial.
Sus dudas fueron aclaradas cuando, en su cabeza, resonaron las últimas palabras de ella. "[...]De la dinastía de los Aerith Claire. Hija de Justine y Jacob, ambos muertos.[...]" Estaba tratando con alguien de su mismo estatus social, alguien que seguramente había sufrido mucho y que ahora, puede que por venganza o por alguna promesa, se unía muy servicialmente, a la Marina.
Los ojos de Claus se humedecieron al oír que los padres de Lize habían muerto. Sus padres también murieron cuando él tenía más o menos la misma edad, asesinados a traición y sin escrúpulos. Claus derramó una lágrima aunque su semblante no cambió, demostrando resistencia y fuerza ante aquellas palabras, mas no dudó en responder.

-Es un honor tratar con alguien de alta alcurnia, sepa que yo también provengo de una familia de señores, duques más bien, es un honor, sinceramente. Y usted señorito, veo que su porte no se queda muy atrás en estas palabras, me alegro que la elegancia no se haya perdido en estos días.

La voz de Claus se quebró por un instante, preparándose para lo que iba a decir.

-Siento mucho esa gran pérdida Lady Aerith, reciba mi gran sentido pésame. Veamos si la burocracia está de nuestra parte, me gustaría marchar con tales personalidades en mis próximos viajes.

Rápidamente, se giró e hizo un gesto para que ambos le siguieran.
Fueron caminando hacia una oficina, pero durante el camino, Claus no pudo evitar que esa lágrima retenida cayera tras su paso y así estrellarse contra el suelo permitiendo ver a la pareja que era suya.

La mirada del joven Capitán se giró hacia ellos y con signo de asentimiento, sonrió y entró en la oficina. Un lugar recién adornado con tapices ornamentales sobre todo de su familia. Una mesa de color caoba se encontraba en el centro de la habitación, unas sillas tupidas en terciopelo azul marino rodeaban la parte anterior del escritorio, mientras que un sillón, también tapizado, se encontraba en la parte posterior. Firme y serio, como si supiera muy bien lo que hacía, se sentó en aquel sillón, se quitó el tricornio que colocó en un perchero cercano, al igual que la casaca.
Ahora estaba apollado sobre sus codos en aquel escritorio, vestía un chaleco ajustado de época y una camisa blanca como si de un espadachín se tratase.
Miró a la pareja y con un gesto de la mano, les indicó que tomaran asiento.

-Tomen asiento. Es una orden.

Ese último comentario fue decisivo, algo parecía decir que Claus era muy serio y comprometido con su trabajo, parecía otra persona. No era aquel amable capitán que se les acercó en el cuartel.

-Terminemos con la burocracia, el almuerzo espera. ¿Acaso no querían cerrar estos trámites y dejar a vuestro servidor invitarlos a almorzar? Enséñenme los papeles, propongan sus dudas y cualquier problema, soy todo oídos.

Sus ojos se entornaron por un momento y una sonrisa apareció, tierna,
dulce, sin duda era el mismo de antes sólo que trabajando. Así pues se
levantó y les separó las sillas como símbolo de cortesía y volvió a
sentarse.

A Claus le gustaba la actitud y la determinación de ambos. Solomon era muy recatado y servicial. Lize era algo más impulsiva, directa. Todos esos atributos eran, sin lugar a dudas, muy importantes para el capitán.
Las grandes carpetas de los dos estaban atiborradas de papeles, Claus odiaba la burocracia. Sin duda abrió primero la carpeta del señor Goldsmith. Observó su registro de nacimiento, su educación, los diferentes defectos, las habilidades, si poseía alguna enfermedad, etc. Mirando y mirando llegó a reconocer un nombre en aquella ficha: Gaspard. Sin duda su cara se volvió, de nuevo, melancólica, triste. Terminó con la carpeta de Solomon y con un majestuoso sello marcó el inicio de aquel marine.
Ahora era el turno de la señorita Lize. Su mano derecha se aproximaba a la carpeta cuando una gota cayó encima de ella. Rápidamente la abrió, no estaba bastante bien que lo vieran derramando lágrimas, mas como humano no pudo evitarlo. Comenzó a mirar cada uno de los aspectos antes nombrados, cuando llegó a la última página, leyó las observaciones de aquel psicólogo, miró a Lize y sonrió, aún con una tenue tristeza. Y mientras que sellaba los documentos, decía:

-No se preocupe por lo que un demente haya dicho sobre su estado psicológico. Estoy más que seguro que simplemente fue un error. Bueno, queridos compañeros, están ustedes oficialmente dentro de la Marina.

Se levantó sonriendo, con los ojos entrecerrados. Solomon se dispuso a estrechar sus manos como era debido. Claus miró a varios puntos de la habitación y seguidamente, abrazó orgulloso, como si lo conociera de toda la vida, a Solomon y sonriendo, dijo:

-Sois unas grandes promesas, sabed que esto que acabo de hacer no es más que una manera de zanjar el tema burocrático, no piensen ustedes que yo, Claus von Schtauffen, soy un descortés.

Como no estaba muy bien visto, Claus se giró hacia la señorita, y con su mano derecha, en una gentil reverencia, le besó la mano. Se la quedó mirando a aquellos profundos y penetrantes ojos, y sin dudarlo, abrío los brazos esperando que, aunque no estaba muy bien visto, ese abrazo fuera recíproco. Eso sí, todo con unas maneras muy especiales.

Sin dudarlo y aún con una sonrisa en la cara, asintió. Aquel enfático capitán se acercó al perchero para recoger su casaca y su sobrero, los cuales vestió de nuevo elegantemente. Sopló aquella pequeña vela que brillaba en su escritorio, colocó el sillón como es debido y como si estuviera dando una severa orden dijo:

-Partamos hacia el lugar donde nuestros estómagos hayarán la saciedad.

Se giró hacia ellos y soltó una sonora carcajada, acto seguido atravesaron la puerta de aquella ilustre oficina para dirigirse a un restaurante que, sin duda, Claus conocía. El día estaba algo nublado, una tormenta eléctrica podía observarse a lo lejos, se dirigía para Shellstown.
Durante todo el camino, Claus se mantuvo firme y profesional, sus pasos parecían etéreos, levitaba ante toda esa muchedumbre de toscos reclutas. Aquella partida de tres se hacía notar.
Claus dejó caer como si nada una pieza de plata, eran dos murciélagos plateados o por lo menos esa era más o menos la morfología de aquellos broches.

[Traslado al Puerto de Shellstown]