Un descansito para renovar el equipo

Sáb Jul 16, 2011 10:01 am

Tras el arresto de aquel recién nacido pirata, Brelaina comprobó sus armas. Había visto, en el momento que daba aquella estocada que puso fin a la resistencia del criminal, como su espada estaba poco menos que deteriorada. Lo mismo podía decirse de su coraza. Revisó su cartera y comprobó que había ahorrado una modesta cantidad de dinero. Modesta, aunque más que suficiente para buscar una tienda y renovar su armamento. Ya lo había decidido. Donaría sus armas actuales a la Marina y se compraría unas nuevas. Así, algún recluta con dificultades económicas, podía usar aquel equipo de segunda mano en lugar de tener que cargar con el gasto de materiales de estreno. Resuelta, empezó a caminar hacia una tienda de armas que conocía, no sin antes dejar lo que llevaba en el Cuartel.

Empujó la puerta con decisión, pero con tranquilidad. Sus pies caminaron resueltos hacia el mostrador, mientras que su cuello giraba hacia ambos lados, observando el género que en las paredes era expuesto. Panoplias de armas, panoplias de armaduras, estanterías, vitrinas, armarios, cajones, armas colgadas de las paredes y del techo, barriles con pólvora y baúles con munición. Aquella era una de las tiendas de armas más importantes de Logue Town, y era allí donde Brelaina siempre compraba lo que necesitaba. El viejo Will siempre se portó muy bien con ella y se conocían desde que la Teniente no era más que una huérfana adolescente. Así que, cuando la vio, sus ojos cansados se iluminaron y su rostro se arrugó en una sonrisa.

-Por las barbas de Neptuno. ¿Eres tú de verdad, Brelaina? -preguntó, dudando de su memoria y de su vista. La pelirroja sonrió a una de las personas que más le había ayudado en su época de necesidad y asintió. Se acercó un poco más para que el anciano pudiera verla mejor y saludó.- Así es, Will, soy yo. Hacía mucho que no venía por aquí.- dijo, en parte comentando una certeza y en parte disculparse por estar tan ausente. Ni un segundo se demoró el vendedor de pelo cano en demostrar porqué era conocido como una bellísima persona.- Ya lo creo hija, tenía miedo de que te hubieran matado. ¿Te sirvió bien aquella coraza que te regalé? -preguntó, observando de arriba a abajo a la, ya mujer, que no había visto en más de dos años. Se fijó en que iba desarmada, y en seguida entendió cual era la razón de su presencia allí.- Si sigo viva es en gran medida gracias a tu coraza. Precisamente he venido por eso. Necesito otra coraza, y una buena espada larga.- explicó la Marine sin perder el tiempo. Se sentía emocionada y nostálgica, pero si dejaba que los sentimientos fluyesen, se echaría a llorar por todo lo que había pasado en esa ciudad aquel día. Will asintió, comprendiendo su urgencia. Había escuchado las explosiones y sabía que cada Marine era necesario. Se internó en la trastienda y volvió con una coraza de hierro y un paquete envuelto en tela.

-Aquí tienes niña. Una coraza y una espada larga. Puedo asegurarte que es la que mejor he forjado en mucho tiempo. Además, la reforcé templándola. -dijo el vendedor. Brelaina no lo dudó en ningún momento, y asintió con una sonrisa antes de sacar su bolsa y tendérsela.- Oh, no, no es necesario... -empezó, aunque la pelirroja empujó la bolsa, interrumpiéndolo.- Sí, sí que lo es. Llegan tiempos difíciles, y este dinero te vendrá muy bien... Cóbrate el dinero que sea necesario... -dijo, dando a entender que no le importaba si se cobraba un poco más de lo que era. No obstante, no lo hizo. Era un hombre honrado, y sólo sacó de la bolsa el total de 5700 berries. Cuatromil quinientos por la coraza y otros mil doscientos por la espada. Tras ello, ambos se despidieron con un abrazo y Brelaina se puso la nueva coraza. Se ciñó la espada al cinto y salió de la tienda tranquilamente.